Allá va el carpintero, de regreso a su hogar, a su amada luna, a sus amados pámpanos. Allá va con la tarde sinuosa y la caudal geometría que pulsaron sus manos. Huincha, serrucho, martillo y escuadra; retumban al salado firmamento. Por la mundanal vereda, acariciando proyectos, llanos deseos, desde el nacer de sus marcos y el primaveral de sus aleros: va aquel carpintero, a madera de sonrisas, de tristezas; y tarde a tarde, detrás del aserrín de sus horas, la ciudad pareciera dibujar, su largo trecho caminante y el aire pasional de sus emblemas. (Flamear obrero)
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